Cuando un hombre quiere enamorar a una mujer, ya sea con frases, palabras o diversas técnicas, todo se vale. ¿El fin justifica todos los medios? O, dicho de otro modo, ¿para conseguir el objetivo de dormir acompañado se pueden usar todo tipo de triquiñuelas?
En condiciones normales, mi respuesta sería un “depende de lo buena que esté” pero, claro, hoy no hablamos de condiciones normales.
Hoy me siento muy cercano a eso que cantaba Roberto Carlos (alguno pensará en el futbolista... sic) y que decía que “yo soy de esos amantes a la antigua, que suelen todavía mandar flores a la hora de la seducción”.
Por eso, hoy, mi respuesta es tajante. No, el fin no justifica los medios.
Y me da igual lo buena que esté, el tamaño de sus tetas o el espectáculo de sus nalgas en movimiento.
Hoy No Me Vale Nada De Eso.
Porque eso es pensar con la entrepierna. Y, si ya de por sí, pensar es una actividad muy poco recomendable, figuraos el hacerlo con una zona que no se caracteriza precisamente por la abundancia de neuronas.
Cuando esto sucede y, ojo, nos pasa a todos, uno corre el riesgo de, si no se da cuenta, retroceder varios millones de años en la escala evolutiva para situarse justo al lado del Homo erectus, pero únicamente referido al apellido de nuestro abuelo, quedando reducido a la mínima expresión, sí, sí, he dicho mínima, no me vengáis encima con fantasmadas, que no estoy para rumbas.
Así que, vosotros mismos... eso sí, tomadlo como el consejo de hoy... porque si me preguntáis mañana, lo mismo he vuelto a pensar con el cerebro de la bestia y yo también soy un erectus sin el más mínimo vestigio de homo por ninguna parte.